El Rincón de los Niños Perdidos

"No hay ensayo general, cada día es debut y despedida"

martes, octubre 27, 2009

Hasta Siempre Ali

Por AzidPhreak

Si hay algún "responsable" de que sea un enfermo del cine, además de mi padre (del que aún recuerdo el empacho que pilló con chufas mientras me hacía compañía, a la espera de una operación de apendicitis que nunca se produjo, viendo mi adorada Casablanca), esa es mi abuela. Recuerdo con claridad como bajaba todos los fines de semana a su casa y tras comer y disfrutar de una relajada sobremesa, se disponía a bajar a tomar el café con sus amigas. Muchas veces la acompañé y pasé la tarde con todas ellas, pero un buen día a los 8 años, en lugar del habitual paseo vespertino, me sugirió ir al cine. La película elegida sabiamente por ella fué Tootsie, de Sydney Pollack, con un Dustin Hoffman en estado de gracia. Recuerdo que, con su habitual coquetería, se enfundó sus mejores pieles, se perfumó, cogió mi mano y dando un paseo nos acercamos a la ya desaparecida sala Capitol de Santander. Recuerdo el olor de las palomitas fundiéndose con su perfume y el curioso tacto de su abrigo de pieles mientras Hoffman se transfiguraba en la pantalla. Creo que este fué mi primer contacto con el "cine serio". Hasta entonces mi padre, debido a mi edad, nos había llevado, a mis hermanos y a mi, infinidad de veces al cine a ver películas de corte infantil (El Abismo Negro, la versión animada de El Señor de los Anillos,...). Fué pues aquel día mi bautismo en el "cine adulto" (años después, a mis 13 años, volvimos juntos al cine a ver Biba la Banda, una comedia española de la guerra civil dirigida por Ricardo Palacios, de la que siempre guardamos un gratísimo recuerdo).

Cuando alcancé los 12 años mis habituales paseos con ella hasta el café, se fueron sustituyendo por visitas al cine. Tras la comida, ella abría el diario y miraba la cartelera para ver si había alguna película adecuada a mi edad. Si había consenso, me acompañaba a la sala y me dejaba "en mi nuevo mundo" mientras ella tomaba el habitual café con las amigas. El Último Dragón, House, una casa alucinante, Noche de Miedo, Exploradores, y demás fueron algunas de ellas. Cuando acababa la proyección nos volvíamos a reunir para volver a casa y disfrutar de otra peculiar costumbre que recordaré toda la vida.

Cada noche el ritual comenzaba tras la cena. Tras recojer la mesa, se sentaba en el sillón que antaño ocupara su marido y pacientemente abría el diario por la última página para leer la parrilla de televisión. Era entonces cuando leía en voz alta una a una las películas, con sus géneros y los odiosos rombos que por aquel entonces indicaban si la película era o no adecuada para menores de 14 (un rombo) o 18 años (dos rombos). Se establecía entonces un diálogo "tira y afloja" entre los dos, pues su (acertada) moral la forzaba a seguir a rajatabla la calificación moral de las películas, mientras que la curiosidad de un chaval de unos 13 años intentaba esquivar, con esos ojitos que sólo un nieto sabe poner a su abuela, la recia "censura rombil". Había veces que se imponía la razón y la película elegida aparecía limpia de rombos en la pantalla, pero otras, el amor de abuela y las triquiñuelas del nieto se aunaban para que en la clandestina penumbra del salón, en mi caso no exento de regocijo, asistiéramos a uno de esos momentos prohibidos de "cómo se enteren tus padres..." o "si la cosa se pone fea cambiamos de canal". Todas las noches la misma rutina, pero nunca perdió su encanto.

Una vez finalizada la película, nos íbamos a la cama y hablábamos un rato. Generalmente comenzábamos hablando de la película, pero acabábamos charlando de lo humano y lo divino intentando arreglar el mundo, hasta que con su habitual tranquilidad me recordaba que ya era hora de dormir, momento en el cual me daba las buenas noches con un sonoro besazo de abuela.

La madrugada del domingo, Alguien decidió que ya era hora de que mi abuela se reuniera con su querido marido. Se fué de noche, sin hacer ruido, con su habitual serenidad. Yo no estaba allí para intentar arreglar el mundo hasta que el sueño nos venciera, ni para devolverla la gran cantidad de besos que me dió, pero estoy seguro de que como cada noche, al irse a acostar, se acordó de todos nosotros y nos mandó un fabuloso y sonoro beso de abuela.

He querido compartir estos momentos con vosotros, pues fueron muchos los buenos ratos que pasamos juntos. Vaya todo esto en honor a mi abuela Alicia, que ayudó, como segunda madre que fué, a hacer de mi lo que soy.

Muchas gracias Ali. Un besazo enorme y buenas noches.

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Escuchando: Janis Joplin - Me and Bobby McGee
via FoxyTunes

5 chismorreos:

yo que intentaba mantenerme fuerte (odio llorar) y aqui me tienes llorando a moco tendido por tu culpa.
La echaremos de menos.
 
Conmovedor, compañero. Siento mucho la pérdida de la que, a la vista de lo escrito, debió ser mujer de bandera y abuela de museo. Un abrazo y no dejes de ver cine. Se lo debes.
 
Lucía, llorar no es de débiles y a veces ayuda a mitigar el dolor. Si además el llanto es por amor, es aún más necesario. Estará siempre con nosotros.

Muchas gracias por tu tradicional apoyo compañero. Te aseguro que era de las que dejan huella. Como ves he vuelto, aunque sea a costa de mis horas de sueño. Te debo unas cuantas visitas que realizaré en breve. Un abrazo para toda la familia.
 
Chapeau, mon ami.
 
Este es mi primer comentario en este blog y todo porque no he podido resistir a comentar esta entrada de Azid.
Me he quedado sin articular palabra y no puedo dejar de llorar.
La abu estaba muy orgullosa de nosotros pero tu eras "su niño" y la has escrito la mas bonita de las despedidas como ella merece.

Abuelita hasta pronto